7. La mentalidad anticonceptiva y el aborto

¿La anticoncepción es la respuesta al aborto?

Hoy se habla mucho de hacer aún más accesibles a los anticonceptivos de lo que ya son, especialmente para los adolescentes. El propósito principal de esta gran accesibilidad, se dice que es la reducción de la incidencia de abortos.
Verdaderamente todo el mundo, aún quienes aprueban el aborto por una u otra causa, reconocen que esta eventualidad trae consigo consecuencias poco deseables. Con la esperanza de evitar los abortos, o al menos reducir su número, mucha gente aconseja el uso de anticonceptivos. Por ejemplo, en el Canadá, el editor de la sección religiosa del Toronto Star, apoya la decisión del Sínodo de la Iglesia Anglicana de Canadá de desarrollar y alentar más la educación de adolescentes sobre los anticonceptivos en las escuelas. En su columna del 12-6-82 Tom Harpur declara: “Sin duda alguna, oponerse al aborto por un lado y por otro oponerse ferozmente a la educación sexual y a los muchos métodos anticonceptivos que podrían evitar embarazos no deseados, como hacen muchos grupos religiosos, parece un error ilógico y frecuentemente trágico.”
Muchos creen que la anticoncepción es la forma simple y sensata de evitar embarazos no deseados en adolescentes y así eliminar la necesidad de abortar. La Dra. Carol Cowell, Jefa de Pediatría y Ginecología de adolescentes del hospital para niños enfermos de Toronto, quiere que se coloque información sobre los anticonceptivos en lugares frecuentados por adolescentes. Una autora norteamericana dice: “La información sobre el control de la natalidad y su disponibilidad debe estar al alcance de los adolescentes cuando los deseen, no por medio de sus padres sino a través del servicio de salud de la escuela o del médico familiar”. Otra autora cree que la anticoncepción debe ser vista como algo natural, y debe formar parte del estuche de cosméticos de una adolescente. Por otra parte, la Federación de Paternidad Planificada de Estados Unidos se opone activamente a un proyecto de regulación gubernamental que ordena informar a los padres cuando a un adolescente se le recetan anticonceptivos. Similares puntos de vista se exponen en toda Norteamérica y mucha gente los acepta sin pensarlo detenidamente.
Aún más, el hecho de que pensadores competentes encuentran razones para oponerse a la propaganda de la gran disponibilidad de anticonceptivos, particularmente para los adolescentes, es por sí sólo un indicador de que este tema debe ser estudiado a fondo. Consideremos, por ejemplo, la declaración hecha por el investigador Kinsgley Davis en su reporte a la “Comisión de Crecimiento de Población y el Futuro Americano”, sobre el tema de la ilegitimidad: “La creencia común de que la ilegitimidad se reducirá si a las adolescentes se les proporciona un anticonceptivo efectivo, es una extensión del mismo razonamiento que creó el problema en primer lugar. Esto refleja una repugnancia a encarar problemas de control y disciplina social, mientras se confía en dispositivos tecnológicos para sacar a la sociedad de su atolladero. Lo irónico es que el aumento de la ilegitimidad ocurrió precisamente mientras la anticoncepción se difundía más y se hacía mas respetable.” En síntesis, a más anticoncepción a más ilegitimidad.
Si la gran difusión del uso de anticonceptivos ha traído más ilegitimidad, y si esto ha procurado a la sociedad una verdadera plaga de enfermedades venéreas, con todas sus consecuencias, debemos examinar bien la constantemente repetida pero aún no substanciada declaración, de que un mayor uso de anticonceptivos reducirá la incidencia del aborto.

La mentalidad anticonceptiva

La anticoncepción consiste en evitar por medios mecánicos o químicos la posible consecuencia natural y procreativa de una relación sexual: la concepción. El propósito de la anticoncepción es separar el acto sexual de la procreación, y así los partidarios de la anticoncepción pueden disfrutar los placeres del sexo, sin el molesto o incómodo temor de que su actividad sexual pueda conducir a engendrar a otro ser humano.
La “mentalidad anticonceptiva” tiene lugar cuando esta separación (acto sexual y procreación) se da por segura y los que emplean estos métodos sienten que al usar anticonceptivos quedan liberados de toda responsabilidad por una concepción resultante de un fallo en el método. Para muchos la anticoncepción equivale a “ser responsable” y, aún más, es lo que llaman “paternidad responsable”. La mentalidad anticonceptiva implica que una pareja no sólo tiene los medios para separar el acto sexual de la procreación sino también el “derecho” y la responsabilidad de hacerlo.
La primera persona en fijar su atención en la mentalidad anticonceptiva y ofrecer pruebas estadísticas de su existencia, fue el sociólogo jesuita Stanislas de Lestapis. En su libro La Limitation des Naissances, publicado en 1960, proporciona datos sociológicos que indican la presencia de lo que él llama “estado mental”.
A principios de los años 30, el historiador Christopher Dawson expresaba el temor de que la anticoncepción se convirtiera en una amenaza al matrimonio. Apuntaba la necesidad de espiritualizar la sexualidad para preservar su verdadero significado. Sin embargo, Dawson fue considerado como un alarmista por expresar tales puntos de vista. También en los años 30 el Dr. Paul Popenoe se quejó en su libro Matrimonio moderno de las dificultades reales del matrimonio que fueron “intensificadas por una propaganda emocional, en su mayor parte asociada con los inicios del movimiento de control de la natalidad”. Popenoe dijo:

“Por un cuarto de siglo, Estados Unidos fue acometido por una propaganda que explicaba por qué era un error tener una familia grande, cuál era el peligro de dar a luz a un niño, así como la desventura de tener un niño no deseado (sin pensar mucho en por qué no es deseado)... Uno pensaría que los niños son una desventura; que cuanto menor número de hijos, mejor y que cada hijo adicional era para la madre un paso hacia el sepulcro, para el padre un paso a la bancarrota y para ambos un paso a la miseria”.

Al paso del tiempo una variedad de pensadores razonaron sobre el desarrollo gradual de la mentalidad anticonceptiva y expresaron su crítica. Entre estos pensadores hay diversas personalidades como el humanista filósofo sociólogo Max Horkheimer, fundador de la escuela Frankfurt en Alemania y el Cardenal católico Suenens, de Bélgica, quien declaró que “la inestabilidad de la vida familiar y el perturbante incremento del divorcio pueden, por supuesto, tener su origen en el efecto corrosivo y destructivo de la anticoncepción.”
No cabe duda de que la anticoncepción ha llegado a ser una característica dominante del comportamiento sexual en el mundo occidental. En Estados Unidos en 1975 diez millones de mujeres estaban usando la píldora (64 millones de recetas anuales); en 1974 dos millones estaban usando el ahora proscrito Dalkon Shield (protector Dalkon) mientras las ventas de preservativos alcanzaron los $150 millones por año. A mediados de los años 70, 40 millones de mujeres en todo el mundo estaban usando anticonceptivos orales (nos referimos a un solo tipo de anticonceptivo). En Inglaterra, en 1972, el informe del Royal College of Obstetricians and Gynecologists declaró que: “más del 90% de las parejas casadas han practicado la anticoncepción en alguna forma, en algún momento de su vida matrimonial.”
Germaine Greer, notable feminista, observó que en Australia las madres ponen una píldora en el té de las hijas entre los 12 y 13 años. En India se despachan avisos e información sobre los anticonceptivos en las latas de leche. En el Canadá el 24% de todas las mujeres entre los 18 y los 44 años toman píldoras anticonceptivas desde 1976.
Claramente la “mentalidad anticonceptiva” ha alcanzado una aceptación casi global y continúa extendiéndose, especialmente entre los jóvenes.

La anticoncepción y el aborto

En sus estudios sobre la historia del movimiento del control de la natalidad en la sociedad estadounidense, el autor James Reed mantiene que el principal obstáculo para una mayor aceptación de la anticoncepción fue menos tecnológico que psicológico. Similarmente argumenta que el desarrollo de la píldora y otros dispositivos anticonceptivos, obedece más a cambios en los valores sociales que a las oportunidades tecnológicas. Esta barrera psicológica fue causada primeramente por el efecto de una intensa propaganda que cuidadosamente evita o suprime el hecho de que la anticoncepción incluye la posibilidad del aborto. Esto lo revelan sólo cuando el público está listo para aceptar el aborto.
En Estados Unidos dos organizaciones muy poderosas, American Civil Liberties Union (ACLU) y la International Planned Parenthood Federation (IPPF) que trabajaron juntas, mano a mano, para establecer el “derecho” a la anticoncepción que llegó a ser ley en 1955. Así ayudaron a establecer la mentalidad anticonceptiva como una característica importante de la forma de vida estadounidense. Significativamente, ambos grupos aparentemente ven el aborto como un objetivo no deseable. Ellos creen que un incremento en la práctica anticonceptiva resulta en una disminución de los abortos.
Pero en sus campañas públicas para promover la anticoncepción no apoyaban el aborto no porque sus líderes se opusieran a éste, sino porque el público no estaba listo para la propaganda pro-aborto.
Margaret Sanger, la fundadora de Paternidad Planificada, filial de la IPPF en Estados Unidos, apoyó el aborto en su edición de Family Limitation, declarando que “nadie puede dudar que el aborto es justificable.” Pero su colega Havelock Ellis ayudó a persuadirla de que cambiara su postura sobre el tema, aconsejándole perspicazmente que “el derecho a crear o no crear nueva vida” era mejor propaganda que “el derecho a destruir”. Como resultado, empezó a usar el aborto como una palanca para hacer la anticoncepción más aceptable, argumentando que esto pondría el fin al aborto. Los abortos son “salvajadas” exclamó luego y clasificó este infanticidio como el “asesinato de bebés”.
En 1961, Alan Guttmacher, presidente de Paternidad Planificada, escribió sobre el origen de la vida humana: “Una vez que ocurre la fertilización, un bebé ha sido concebido.” Esta observación era consistente con la que había hecho en una obra anterior, Teniendo un Bebé (1947), donde se refirió al ser que es producto de la fertilización como “el nuevo bebé que es creado en ese momento preciso”. Pero en 1968, cuando era presidente internacional y el momento era propicio para apoyar el aborto, cambió su táctica y declaró que “mi sentir es que el feto, particularmente durante su vida intrauterina, es simplemente un grupo de células especializadas que no difieren materialmente de otras células”.
El movimiento feminista puso en marcha el punto de vista de la “liberación” de la mujer que incluía el “derecho” al aborto; esto tuvo un impacto decisivo sobre la ACLU, la cual adoptó una postura pro aborto y envió a su mejor abogado constitucional al Tribunal Supremo de Estados Unidos para obtener la legalización del aborto durante el primer trimestre. La bien publicada noticia de los peligros de los anticonceptivos orales, condujo a muchas mujeres a abandonar el “anticonceptivo ideal” y recurrir a medidas anticonceptivas menos efectivas o a correr el riesgo de un embarazo indeseado.
La llamada “explosión demográfica” dio lugar a un pánico retórico que fue extensamente aceptado sin más cuestionamientos por los medios de comunicación. El historiador James Hitchcock hizo la observación: “El control de la población fue presentado en innumerables artículos y transmisiones de radio y televisión, como un imperativo que no podría ser negado ni puesto en peligro. Esto pronto llegó a ser uno de los nuevos valores morales (absolutos), y empezó a esparcirse como una ortodoxia de carácter vasto.”
Estos cuatro eventos están intrínsicamente entrelazados. El rechazo de los valores tradicionales fue el método preferido para separar el sexo del matrimonio, de los hijos y de la religión, o sea, se intentó hacer del sexo algo más “personal” o, usando el lenguaje jurídico algo “privado”. Esta preferencia les vino bien a las feministas que estaban exigiendo la “liberación” para proceder independientemente de cualquier expectativa o valor tradicional, hacia una “liberación” que estuviese puramente sujeta a las condiciones individuales de las mujeres. La necesidad de un anticonceptivo “seguro” y eficaz fue un objetivo crucial y obvio a lo largo del camino hacia la “liberación” personal y sexual.
Obsérvese que la decisión del Tribunal Supremo de Estados Unidos, Griswold v. Connecticut, estableció el “derecho” a la anticoncepción basándose en el “derecho a la privacidad”. Esto fundamentó la base filosófica usada en Roe v. Wade en 1973, para legitimizar el aborto durante el primer trimestre. En el fallo del Tribunal en 1973, el juez Douglas escribió: “nos ocupamos de un “derecho” a la privacidad más antiguo que la Declaración de Derechos (Bill of Rights), más antiguo que nuestros partidos políticos, y más antiguo que nuestro sistema escolar.”
La píldora fue vista también, como una forma de resolver la “crisis de la población” y este hecho forma parte de la mentalidad de quienes influyeron en la aprobación de la distribución extensa de la píldora. Louis Hellman, Presidente del Comité Consultores de la Administración de Alimentos y Fármacos sobre Obstetricia y Ginecología (Food and Drug Administration's Advisory Committee on Obstetrics and Gynecology), interpretó la ley que permite la distribución de píldoras --a pesar de la advertencia de la comunidad científica de que no era segura para algunas mujeres-- ponderando el aspecto social contra el riesgo individual. Hellman testificó ante el congreso sobre “anticonceptivos orales” (22-1-70) que él había elegido la píldora porque “la amenaza del crecimiento de la población” era “real para todo individuo en este país.” Sin embargo se demostró que la píldora, que produce una situación de enfermedad en millones de mujeres, no era la aliada que se suponía que fuese en la búsqueda feminista de la “liberación” sexual.

La mentalidad abortiva

Los promotores de la mentalidad anticonceptiva se desalentaron cuando los signos del fracaso anticonceptivo aparecieron por todas partes. Este fallo pareció crear en ellos sólo una mayor dedicación a los mismos principios que produjeron tan desalentadoras consecuencias. Una encuesta hecha entre 1965 y 1970 por sociólogos de Princeton, reveló una falla en los anticonceptivos de aproximadamente un 34%. De un 4 a un 5% de los usuarios de la píldora o el DIU (dispositivo intrauterino), experimentaron fallas a la hora de evitar un embarazo no deseado. Pero un 10% de los usuarios de preservativos, 17% de los usuarios del diafragma y un 40% de los usuarios de duchas, también tuvieron la misma falla. En respuesta a este estudio, el vice-presidente de la Paternidad Planificada, Frederick Jaffe, declaró: “Para hacer frente a esta epidemia necesitamos nuevos métodos de control de la concepción más efectivos y aceptables que la píldora, una mayor prioridad para el programa y más recursos financieros para la investigación biomédica”. La nueva forma del control de la concepción, sin embargo, inevitablemente significaba el aborto en una escala mayor que nunca antes.
A medida que circuló el aviso anunciando el serio y alto riesgo de la píldora, las publicaciones médicas y científicas produjeron una pequeña marejada de estudios explicando los diversos factores, lo que provocó el rechazo y desuso del anticonceptivo. El libro de Kristin Luker Tomando riesgos: El aborto y la decisión de no concebir (1975) presentó el cuadro más claro y suplió la documentación más completa del por qué las mujeres rutinariamente optan por no concebir. La socióloga Luker descubrió que, dados todos los “costos” personales, emocionales, médicos y psicológicos de la anticoncepción, era completamente racional que la mujer se apartase de la anticoncepción y se arriesgase a tener un embarazo no deseado. Luker concluyó que el fracaso de la anticoncepción hace forzosa la aceptación total del aborto: “Deberíamos argumentar que ya que el aborto ha sido un método primario de control de la fertilidad, debería ser ofrecido y subsidiado exactamente en la misma forma que los otros servicios anticonceptivos.”
El señalamiento de Luker es ahora rutinariamente confirmado por el gobierno. En Estados Unidos se exige que con cada paquete de píldoras venga una explicación detallada (de dos páginas) sobre los peligros de la píldora, en un lenguaje fácil de entender. Significativamente, se incluye una gráfica explicativa de que los métodos extremos (aborto), suponen o plantean los menores riesgos para cualquier edad en caso de fracaso.
En el Canadá, el gobierno patrocina el Badgley Report (1977) que muestra que el 84.8% de las mujeres que han abortado tienen experiencia en el uso de anticonceptivos. Otra publicación patrocinada por el gobierno, es un folleto sobre “educación” sexual titulado “El control de natalidad y el aborto” (1976), y presenta el aborto como un adjunto inevitable si falla la anticoncepción: “Mientras los métodos anticonceptivos no sean 100% efectivos y seguros, y mientras las mujeres deseen controlar su fertilidad, la demanda de abortos continuará...Hoy el aborto es el método de control de la natalidad más usado en el mundo.”
En la reunión anual de la Fundación Nacional del Aborto (1982), Phillip Lee M.D. pronosticó que en los próximos años, del 50 al 60% de todos los abortos serían practicados repetidamente sobre los mismos clientes. Además expresó que aún “el uso consistente de métodos anticonceptivos considerados como los más confiables, producen un porcentaje nada insignificante de fallos”.
El bioestadista Christopher Tietze calcula que de un 2 a un 5% de las mujeres que usan la píldora con un grado razonable de motivación, son suceptibles de tener otro aborto al año del primero y que entre un 20 y un 50% experimentará un embarazo no planeado en los 10 años siguientes al primer aborto. Un estudio comparativo de dos grupos de adolescentes sexualmente activos, mostró un incremento del 53.3%, dentro del grupo del año 1976 que usaron anticonceptivos cada vez que el acto sexual ocurrió, comparados con los del grupo de 1971. Sin embargo, el porcentaje de embarazos premaritales para el primer grupo fue un 45% más alto debido a que el porcentaje de relaciones sexuales premaritales se había elevado en un 41% en esos cinco años.
Todo lo anterior, muestra que mientras la mentalidad anticonceptiva continúe, más y más adolescentes aceptarán las insinuaciones diseminadas por la cultura anticonceptiva y participarán en aventuras sexuales premaritales. En otras palabras, una mentalidad anticonceptiva penetrante e incontrolada crea una mayor clientela susceptible a la experimentación sexual y a todos los males que esta actividad produce: embarazos indeseados, ilegitimidad, abortos, enfermedades venéreas, promiscuidad, cáncer cervical, problemas de reproducción, esterilidad, explotación sexual y muchos más. En una palabra, mientras más tropas se mande a la batalla, más bajas se sufrirán. Un uso extenso de los anticonceptivos conduce a más abortos.
Proponer la mentalidad anticonceptiva como método para combatir la mentalidad abortiva es confundir la causa con el efecto. Es como tratar de apagar un incendio con fósforos. La mentalidad anticonceptiva no es la cura, sino la causa de la mentalidad abortiva.
Todo lo anterior ha sido ampliamente demostrado a través de innumerables estudios. En Inglaterra, por ejemplo, la Comisión Real sobre Población, observó que en 1949 el número de abortos provocados era 8.7 veces más alto entre parejas que habitualmente practicaban la anticoncepción que entre aquellas que no lo hacían. En Suecia, luego que la anticoncepción fue totalmente sancionada por la ley, los abortos legales se incrementaron de 703 en 1943 a 6,328 en 1951. En Suiza, donde la anticoncepción casi no tenía restricción, se estimó que los abortos igualaron o excedieron en número a los nacimientos en 1955, y así sucesivamente. Tales cifras ofrecen una evidencia palpable de la denuncia que de Lestapis hizo en 1960, es decir, que el incremento de la anticoncepción no reduce la incidencia de abortos. En realidad, la anticoncepción tiende a establecer un “estado de mente anticonceptivo”, y conduce a absolver de responsabilidad por la concepción, lo que a su vez conduce a más abortos.
Consecuentemente Joseph Boyle pudo escribir en su artículo “La anticoncepción y la planificación natural de la familia” que “...El aprobar la anticoncepción conduce --aunque no en una forma directa y lógica-- a aceptar el aborto. La anticoncepción es un intento para evitar el surgimiento de la vida, y quien está en contra de la vida, es probable que permanezca en contra de ésta si una nueva e indeseada comienza. La determinación de evitar la llegada de un niño es a menudo lo suficientemente fuerte como para eliminar al niño cuya concepción no fue evitada.”
La Dra. Wanda Poltawska, psiquiatra y Directora del Instituto de Matrimonio y Familia en Cracovia, Polonia, escribe:

“Paradójicamente, mientras a la anticoncepción se le daba luz verde, el número de abortos se incrementó. Parece obvio que dondequiera que la mentalidad anticonceptiva prevalece, el aborto será el resultado lógico del fracaso de los métodos anticonceptivos. Por lo tanto, en países que admiten la anticoncepción para uso general, el incremento del número de abortos obliga a las autoridades a hacerlos legales. Esta segunda luz verde elevó el número de abortos a millones y millones cada año.”

En vista de las cifras señaladas por de Lestapis, y las tomadas de otras fuentes, John T. Nooman, (en su ampliamente aclamado libro sobre la historia de la anticoncepción), hizo la observación de que “era dañino crear la idea de que los hijos debían evitarse”. Esto es cierto, un médico Australiano R.S.J. Simpson, señaló que “la aceptación de la anticoncepción lleva consigo la certeza de que pronto tendrá que enfrentar una amplia fila de males individuales, familiares y comunales que son las consecuencias inevitables de una mentalidad anticonceptiva.”
Es importante recordar que el corazón o centro de la mentalidad anticonceptiva es un temor a algo que es perfectamente natural: los bebés. La mentalidad anticonceptiva actual, hace que este punto sea difícil de recordar puesto que el clamor popular de permitir a los adolescentes usar anticonceptivos cuando fornican, se basa en un deseo comprensible de reducir la incidencia del aborto en los adolescentes. Pero la raíz histórica del problema, lo que ha conducido a la crisis de los adolescentes, es el temor de las parejas casadas a que los actos sexuales fructifiquen. La raíz anti bebé fue traída a colación en forma sorpresiva cuando G.D. Searle y compañía estaba tratando de introducir en el mercado turco su anticonceptivo. El principal obstáculo fue el hecho de que no había una palabra para la anticoncepción en el lenguaje turco; por lo que la píldora fue introducida bajo el equivalente de “la píldora para no tener bebés.” Una ilustración más alarmante y directa de la esencia anti bebé se ofreció en Montreal por la Dra. Lise Fortier en 1980, en la reunión de la Federación Nacional del Aborto. Durante el banquete la Dra. Fortier declaró que “todos y cada uno de los embarazos amenazan la vida de las mujeres, y desde un punto estrictamente médico, cada embarazo debería ser abortado.”
La mentalidad anticonceptiva, que comienza con la disociación del acto sexual de la concepción, lógica e inevitablemente resulta en la disociación de la concepción de la vida. Como Malcolm Potts, primer director médico de la Federación Internacional de Planificación de la Familia, acertadamente, a pesar de su postura a favor de la anticoncepción, predijo en 1973: “Conforme la gente practique la anticoncepción; habrá un aumento y no una baja, en el porcentaje de abortos.” Era una predicción fácil a la luz de lo que había ocurrido en otros países. Para citar un ejemplo más, la investigación japonesa ha mostrado que las mujeres que han usado anticonceptivos, se practican seis veces más abortos que las otras.

El remedio

En efecto, hay acuerdo universal sobre que el aborto es altamente indeseable; pero repetidamente, como se mostró anteriormente, los oponentes del aborto, víctimas de la mentalidad anticonceptiva, defienden la indefendible tesis de que la anticoncepción reducirá los abortos. Sólo hay una forma de reducir el aborto: reduciendo su causa; la mentalidad anticonceptiva. Sólo se puede reducir, reconociendo que la procreación es buena, y repudiando la negación violenta de que en efecto es buena. Es seguramente ilógico y poco realista tratar de establecer una verdadera civilización humana en la cual cada ser humano tenga el derecho a vivir, si se propone la idea de reducir los abortos y al mismo tiempo se mantiene la convicción de que la consecuencia natural y procreativa del acto sexual no es buena. No podemos restaurar la civilización simplemente eliminando algo que es malo; ésta puede ser restaurada solamente cuando amemos y abracemos lo que es fundamentalmente bueno. Empecemos a construir una civilización humana no hacia atrás y desde las cenizas de una civilización calcinada, sino hacia adelante y desde la comprensión de que una nueva vida es un bien.
El filósofo existencialista ruso, Nicolás Berdyaev, está en lo correcto al decir que “si no se diera a luz, la unión sexual degeneraría en algo inmoral. Es precisamente la posibilidad de invocar una nueva vida lo que eleva el acto sexual a un nivel supra personal y trascendente, y da a la pareja la seguridad de que su compromiso es verdaderamente compartido y no algo que pertenece exclusivamente a uno o al otro.”
Dicho en otra forma; es mucho más lógico y realista provocar un cambio completo en la sociedad al enseñar a los hombres a ser virtuosos, puesto que la virtud es la perfección de algo natural, que provocar la misma revolución o cambio, siendo indiferente a la virtud y tratando de suprimir las malas consecuencias de los vicios del hombre a través de invenciones tecnológicas. Esto no quiere decir que se llega a una sociedad virtuosa o civilizada fácilmente, en realidad su logro demanda el desarrollo y la fusión de intereses de todos los hombres talentosos. Esta es la única forma lógica y realista. La conclusión esencial de Huxley, Orwell y otros, fue que el enfoque tecnológico y amoral, produce una pesadilla social deshumanizada.
Si se lee el libro de Westhoff, From Now to Zero (1968) veremos que escribe líricamente sobre la “sociedad perfecta anticonceptiva” y describe la anticoncepción como “completamente efectiva” y “completamente aceptable”, el lector sensato no queda impresionado con el realismo del autor, sino que por el contrario, se confunde con el desconocimiento aparente y total de la vida real y de la naturaleza de la condición humana. En verdad, la sociología moderna es en este aspecto indistinguible de la ciencia ficción (es decir, de la mala ciencia ficción).
El hombre realista descubre que el placer sexual separado de la procreación no brinda la felicidad que promete, debido a que falla al no corresponder a las reglas interiores de la sexualidad. Estas reglas demandan entereza, integridad, entrega y fructificación. No importa cuán gratificante pueda ser una relación sexual recíproca. Si el drama y misterio de la procreación no se celebra, al menos simbólicamente, las personas (parejas) se desilusionarán el uno del otro, e inevitablemente pondrán su interés en otros con la secreta esperanza de que la próxima vez encontrarán una relación que les brinde la profunda realización que ellos buscan.
El realista se interesa en las dificultades de enseñar o vivir bajo principios, combatidos por los poderes más influyentes de la sociedad. Aunque en principio estos poderes no nos impiden distinguir por una parte entre la verdadera naturaleza de nuestra responsabilidad sexual y por la fraudulencia de la mentalidad anticonceptiva común por la otra parte, si hacen las cosas más difíciles. Con todo, una distinción clara entre la realidad y el engaño sería suficiente para inaugurar una revolución moral.
Se cuenta la historia de un grupo de pescadores que estaban preocupados por la merma en su recolección de almejas. Cuando supieron que su cosecha estaba siendo destruida por estrellas de mar, aplicaron una solución razonable al problema; transportaron las estrellas al bote, las cortaron a la mitad y las devolvieron al mar. A pesar de esto, quedaron asombrados al descubrir que mientras más estrellas de mar ellos seccionaban, más almejas perdían. Su error fue el no entender la naturaleza real de su enemigo, ya que las estrellas de mar tienen la capacidad de regenerarse, los pescadores en realidad aumentaron su problema creyendo que lo solucionaban. En efecto, ellos mismos llegaron a ser sus propios enemigos.
Esta historia es una parábola para combatir el aborto. En la medida que el aborto tenga éxito en la mentalidad anticonceptiva, nosotros lucharemos en su contra de forma realista trabajando para eliminarla en vez de redoblar esfuerzos para intensificarla. Pero este primer paso --la evaluación real del enemigo-- es un paso que la sociedad aún no ha tomado. En verdad, en este momento la mayoría de los indicadores muestran que esta mentalidad preferiría “ser destruida antes que cambiar”.
Donald DeMarco, Ph.D. es profesor asociado de filosofía del St. Jerome College, en Ontario, Canadá. Ha escrito cientos de artículos y varios libros.

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