6. Neomalthusianismo y Birth-control

Pudiera creerse, tal vez, que el mentís que la observación de los hechos opuso a Malthus, pudo retraer a los partidarios de la limitación de la natalidad. Nada menos cierto. No es el peligro hipotético de un futuro exceso de población lo que les mueve a emplear y propagar sus perniciosas prácticas; sino que tienen para ello razones más poderosas. Resulta, con todo, muy cómodo y provechoso sacar a relucir, de cuando en cuando, el fantasma, íbamos a decir el espantajo, de exceso de población. A falta de otros méritos, tiene, a maravilla, el de impresionar a las multitudes y puede servir espléndidamente para disimular ciertos móviles más secretos que no siempre resulta oportuno confesar.
No se recataron los neomalthusianos de emplearlo, ya desde su origen, para hacer aceptar prácticas que podían parecer extrañas a su época.
A seguida del Dr. Drysdale, que hizo el papel de precursor de Malthus. Traicionando palmariamente las ideas del maestro, que había prescrito como remedio al peligro del exceso de población la castidad en el celibato y el retraso voluntario en el matrimonio, rehusaron todo dominio y continencia moral, para proclamar, como derecho del hombre, el poder conservar el amor adornado de todos sus placeres y despojado de todas sus cargas. Estas audaces teorías, endosadas bajo cuerda por algunos espíritus fuertes, no tardaron en llegar al día de la prueba, a fines del siglo XIX, con ocasión del célebre proceso Bradlaught-Besant, que apasionó a toda Inglaterra.
Estos dos personajes, el segundo de los cuales fue poco más tarde fundador de la teosofía, habían sido acusados de haber publicado en Inglaterra un folleto obsceno, editado en Boston, el cual, so pretexto de estudiar el problema de la población, contenía en realidad, una propaganda, por cierto no muy disimulada, a favor de los medios anticonceptivos. El asunto tuvo inmensa resonancia; la notoriedad de los acusados, sostenidos por poderosos partidarios; la publicidad que se dio al hecho en el mismo curso de los debates; la importancia de las cuestiones que se suscitaron, cuyo carácter sobrepasaba, con mucho, las proporciones de un ordinario asunto de costumbres; todo, en fin, concurrió a interesar la opinión pública no sólo en América. Dícese que una multitud de cerca de 20.000 personas se reunía algunos días en el exterior de Guildhall, donde se celebraba el debate. Después de largas y tumultuosas discusiones, fueron condenados los acusados por haber publicado un opúsculo obsceno, pero disculpados, a la vez, en cuanto a la intención de atacar a la moralidad, siendo en apelación absueltos por faltas de pruebas. Semejante absolución, de importancia simbólica, fue la señal que esperaban los neomalthusianos para presentarse abiertamente ante la opinión. El mismo año de 1877, Drysdale fundó la primera Liga Neomalthusiana en Londres, siguiéndose bien pronto otras más en diversos países. Había comenzado el movimiento de manera irresistible, y, a no tardar, adquirió considerabilísima extensión.
Sobre todo en Francia, impelida por Paul Robin, que tenía fama de iluminado, llegó a hacerse intensa propaganda a favor de las nuevas doctrinas, que ya no pocos practicaban de antiguo sin preocuparse poco ni mucho de traducirlo en fórmulas.
El tema favorito de los propagadores neomalthusianos era el de las tres necesidades que experimenta todo ser humano: la de la alimentación, la del descanso y la del amor. Cuando todos están de acuerdo en satisfacer las dos primeras, no hay por qué gastar contemplaciones al satisfacer la tercera de ellas. La moral ordinaria prohíbe, efectivamente, toda satisfacción del apetito sexual fuera del matrimonio, y aún en éste impone a los casados el deber de fidelidad y el de no impedir la obra generadora de la naturaleza.
Semejante moral, dicen los neomalthusianos, es absurda: la necesidad que el hombre experimenta del amor y sus goces, tienen los mismos derechos que las demás necesidades humanas: para satisfacerla cómodamente, basta saber evitar, por medios apropiados, la fecundación. El matrimonio está llamado a desaparecer, porque, como dice Drysdale en Elements de science sociale, el amor, al igual que todos los apetitos, está sujeto a cambios. Intentar fijarlo y concretarlo a un mismo e invariable lecho, es intentar una modificación en las leyes naturales. Por lo que toca a los hijos, no hay que preocuparse: ellos solos se educarán perfectamente: además que, como dice Robín: “La garantía verdadera para la conveniente educación y subsistencia de los hijos, no está en el matrimonio, sino en la independencia de los padres, y sobre todo, en el de la madre”. Según esto, no nacerán hijos sino cuando la mujer lo desee, porque “la mujer embarazada – dicen- no son dos personas, sino una sola, y tiene perfecto derecho a procurar el aborto, ni más ni menos que lo tiene a cortarse melena o a conservar la línea” M. Pelletier, L’emancipation sexuelle de la femme. París, 1912.
Según esto, el derecho sobre nuestro cuerpo sería absoluto, pudiendo llegar hasta el suicidio, si nos pluguiere. Esta es la opinión de cierto escritor francés contemporáneo cuyas obras, llenas de pornografía, obtienen un éxito escandaloso.
Doctrina tan cruda y tan audazmente revolucionaria tenía pocas garantías de éxito en los países anglosajones, en que el prurito de la respetabilidad rige todas las demás en materia de conducta.. Es esta una de tantas taras del protestantismo por haber desechado hasta el más mínimo rastro de vida interior, hasta el menor dominio de los internos movimientos, con tal de conservar una apariencia externa de virtud. Pero de ésta no queda más que un vano oropel, que, si resulta brillante, tal vez no hace más que recubrir la frialdad y podredumbre del individualismo. Tan profundo trastorno de valores repercute profundamente en la moral, que, al no estar fundada en sólidos principios de razón, hácese accesible a cualquier derrotero que se le ocurra al libre examen: el sentimiento usurpa la primacía de la razón y se convierte en criterio de moralidad.
De estos dos polos sobre los que gira la mentalidad anglosajona, respetabilidad y sentimentalismo, supieron aprovecharse con mucha oportunidad los neomalthusianos para difundirse en Inglaterra y en América. Ya para ello echaron mano del instrumento más eficaz, del que más perfectamente encarna las tendencias del alma puritana: la mujer anglosajona. Es un hecho digno de notar que en nuestros días las ideas, doctrinas y religiones nuevas que se esparcen rápidamente por los países de lengua inglesa, han sido, por lo común, concebidas o propaladas por mujeres: así la teosofía fundada y propagada por Mrs. Blavatsky y Mrs. Besant; así la “Christian Science”, por Mrs. Hedí; así la prohibición americana, arrancada al pueblo y mantenida como intangible dogma por el ejército de propagandistas femeninos de la “Anti-Saloon League” y de la secta metodista.
No fue el Birth-Control excepción de esta regla: dos mujeres, Mrs Stopes en Inglaterra y Mrs Sanger en América, son los dos apóstoles y adalides de la nueva doctrina: ellas se dieron maña para moderar los excesos de los neomalthusianos y adaptarlos a gusto y placer del individualismo protestante, del que ellas mismas son típicos y verdaderos botones de muestra.
El Birth-Control, aún conservándose como fiel emanación y retoño del neomaltusianismo, tiene al exterior muy diversas manifestaciones: respetará todas las conveniencias sociales, y aún, si a mano viene, será su más firme sostén; pero mañosamente, sabrá asegurar todas las tendencias del instinto y del goce so pretexto y con la vestidura del contrato legal. El régimen de la esterilidad voluntaria en el matrimonio reportará todas las ventajas del amor libre, sin presentar ninguno de sus riesgos…
De modo parecido al de otros movimientos de ideas, los apóstoles femeninos del Birth-Control llegaron a sorprendentes resultados. En marzo de 1921, Mary Stopes fundó en Londres la “Society for constructive Birth-Control and racial progress”, patrocinada por nombres célebres en el mundo científico, literario y político. Citaremos, entre ellos, a Bertrand Russel, H. G. Wells, Westermarck, G. H. Roberts, Sir Arbuthnot Lane, Prof. Carr-Saunders, etc. En algunas semanas esta sociedad se aseguró, por parte del público, un apoyo más importante que el de la antigua liga maltusiana había conseguido en cuarenta años de lucha. Su programa comprendía el estudio y propaganda de los medios “científicos” de limitar la natalidad, sobre todo por medio de la publicación de una revista (Birth-Control New), de folletos y libelos, y por la fundación de una clínica de Birth-Control “The Mothers Clinic”, destinada a propagar gratuitamente la enseñanza de medios anticonceptivos a las mujeres casadas. Para dar mayor extensión a la obra comenzada, fundó la sociedad una filial intitulada: “The Society for the provisión of Birth-Control clinics”, cuyo objeto consistía únicamente en crear por doquier clínicas de Birth-Control.
Hoy día hasta una veintena de clínicas funcionan en distintas ciudades inglesas, y millares de mujeres son recibidas en consulta. De esta manera Mary Stopes ha llegado a poder consignar en un libro titulado The first five thousand los resultados de las observaciones hechas sobre 5.000 de los casos vistos y examinados por el personal médico de la clínica. Aparte de esto, se ha hecho por todo el país una intensa propaganda: mítines y conferencias se suceden sin interrupción, merced al grueso contingente de propagandistas de que la liga dispone. En 1926 llegó a un éxito decisivo este movimiento: el 28 de abril la Cámara de los Lores votó con 57 votos a favor, y 44 en contra, la moción de lord Buckmaster en la que se pedía al Gobierno autorización para que el Birth-Control se enseñara en los “Welfare Centres” (Servicios oficiales de protección a la maternidad).
Rechazada en la Cámara de los Comunes la moción, triunfó, sin embargo, al fin, de todas las resistencias, aún la del Ministro de Higiene Pública. En julio de 1930, el tal Ministro decretó, pro circular oficial, que la enseñanza anticonceptiva quedaba autorizada en los centros de protección a la maternidad y a la infancia, más solo por prescripción médica. En fin, un nuevo apoyo, inesperado, vino al Birth-Control de parte de los obispos anglicanos reunidos en la Conferencia de Lambeth (1930). Entre las numerosas resoluciones acordadas en esa solemne reunión, hay una que consagra la legitimidad de la anticoncepción, siempre que haya razones suficientes: la estimación de la cuantía de tales razones queda a juicio de los interesados.
En América el origen del movimiento de limitación de la natalidad se remonta a 1914, fecha en la que fundó Margaret Sanger la “American Birth-Control League”. Proponíase ilustrar a la población sobre la necesidad del Control de natalidad, abriri clínicas en que se enseñara el uso de los medios profilácticos, y trabajar porque llegase a ser reconocida legalmente la propaganda a favor de la limitación de la natalidad. Porque, en efecto, hay en los Estados Unidos una ley federal de 1873, que prohíbe el tráfico de publicaciones y objetos anticonceptivos (Ley Comstock). De todas formas, la libertad de enseñanza de las prácticas preventivas está tolerada en treinta y cinco Estados, aunque bajo cierta inspección o control.
Desde el año 1916, Margaret Sanger tenía establecida una clínica de Birth Control en Nueva York, pero fue cerrada por la policía a los pocos días de su apertura y no comenzó a funcionar de hecho hasta 1921. Pero la actividad de la liga se tradujo, sobre todo, en una intensa propaganda que rebasó los límites de los Estados Unidos. La revista Birth-Control Review, que apareció en 1917, se tiraba por millares, se distribuyeron centenares de miles de folletos y circulares gratuitamente, se instalaron en diferentes ciudades numerosos centros de propaganda y clínicas, se fundaron bajo sus auspicios en muchos de los Estados Unidos varias afiliadas, se organizaban periódicamente conferencias de propaganda sobre todo en los centros universitarios.
No se descuidó la propaganda en el extranjero, porque una de las preocupaciones de la liga fue establecer un programa mundial de Birth-Control. Para ello se fundaron siete ligas y numerosas clínicas, principalmente en Alemania, Suecia, Holanda y Oriente. Mucha parte activa les cupo a los Congresos internacionales organizados; a la quinta conferencia de Neomaltusianismo y Birth-Control celebrada en Londres el año 1922, y en la que estaban representados 12 países y a la que la liga Americana envió 23 delegados. Ella fue quien organizó en Nueva York el sexto Congreso el año 1928. Seiscientos delegados asistieron, pertenecientes a 16 países distintos.
Aún mayor ha sido el número de países representados en el VII Congreso internacional, reunido en Zurich en septiembre de 1930, bajo la presidencia de Margaret Sanger. Allí había delegados hasta de la India, del Japón y de Australia.
Preciso es, todavía, citar como organismo similar a éste, la “Voluntary Parenthood League”, fundada en 1919 por Mrs. Ware Denté. Esta propuso, sobre todo, difundir la educación anticonceptiva en el público y trabajar por la derogación de la ley Comstock, entusiasmada por la literatura del Birth-Control. Su órgano era el Birth-Control Herald. En 1924 se introdujo en el Senado, gracias a su influencia un proyecto de ley que tendía a modificar la ley federal y fue desde luego rechazado. En Chicago se fundó también una clínica bajo sus auspicios, pero la influencia de esta liga no se puede comparar a la que fundó Margaret Sanger, y puede decirse que el movimiento de Birth-Control en los Estados Unidos fue dirigido en su totalidad por la “American Birth-Control League”.
En América, el movimiento hacia la limitación de la natalidad (Geburtenregelung) se muestra muy floreciente desde hace algunos años, si bien el interés de los reformadores tiende sobre todo a la abolición de las penas con que se castiga el aborto. Merced al impulso del sexólogo Dr. Magnus Hirschfeld, han sido fundadas varias clínicas, principalmente en Berlín, Hamburgo, Francfort, Wiesbaden, etc. Numerosos médicos se ocupan de investigaciones atañederas a los medios anticonceptivos científicos: hay también cursos de perfeccionamiento para médicos. La propaganda y venta de productos anticonceptivos es absolutamente libre; la dirección del movimiento va, como en parte alguna, dirigida y realizada por manos médicas. Los resultados de campaña tan metódica, al fin a la alemana, no pueden por menos de ser excelentes: en pocos años la natalidad alemana, tan pujante en otro tiempo, ha bajado al nivel de la natalidad francesa: un estadista alemán, Ernest Kahn, ha calculado que la población alemana permanecerá estacionaria entre 1935 y 1940, y que, a partir de esa fecha, comenzará a disminuir.
Por consiguiente, representa el Birth-Control, sobre todo en los países de habla inglesa, un poderoso movimiento, organizado sólidamente, de doctrina llena de coherencia, y defendido por fervorosos y hábiles adeptos. Una copiosa literatura le favorece de manera tal, que llegaría a desanimar al investigador más optimista, si no bastase un rápido examen para comprobar que unas son, en suma, las ideas madre que constituyen el armazón de tales producciones.
El profesor Bayless, célebre fisiólogo inglés, dice en su prólogo a uno de los libros de Mrs. Stopes que son dos los argumentos básicos del Birth-Control: es el primero que, gracias a él, se alivian las cargas que sobrevienen a una madre de familia a causa de embarazos frecuentemente repetidos: y el segundo, que, con él, se asegura la realización del amor y funciones conyugales de manera normal y sana. Añade que con razón afirma Mrs. Stopes que el acto sexual es provechoso desde un triple punto de vista: físico, mental y espiritual; y que, por lo tanto, debe considerársele en sí mismo, independientemente de su otro fin, noble en cuanto se usa de él juiciosamente, procurar la procreación de nuevos seres. He aquí sacado, por fin a plena luz el individualismo egoísta, corrosiva plaga de nuestra época, y que, por un verdadero trastrueque de valores, conduce derechamente a una nueva forma de paganismo. Se glorifica el acto sexual en sí mismo, llega a hacérsele como rito sagrado, sin coherencia ni ilación con la función a la que la naturaleza lo destina. Claro que esta función no queda completamente suprimida, y hasta benévolamente se le tributan algunas palabras de elogio – en fuerza de algunas tenaces conveniencias -, pero no se le admite sino con una reserva: la de usar de él juiciosamente. Tal es la moral del Birth-Control, maravillosamente resumida en esa fórmula.
Parecida mentalidad encontramos en Mrs. Sanger, colega de Mrs. Stopes: también quiere librarse de toda reglamentación y dominio y asegurar que el individuo levante el vuelo a su placer: “El Birth-Control pone en nuestras manos la llave del mayor problema propuesto a la humanidad: reconciliar la libertad individual con las necesidades de la higiene y de la raza”. Y en otra parte: “¿Por qué tener hijos – exclama – y no un coche?” Y más abajo, hablando de las mujeres que el miedo a la concepción desaviene con sus maridos: “De esta manera – dice no pueden armonizarse convenientemente marido y mujer ni desenvolverse con libertad ni comunicarse lo más íntimo de su naturaleza por el sagrado rito del amor”. ¿Qué decir de esto, fiel traducción de una desviación grosera del sentido de la vida, de la moral y de la tradición? “Porque la vida es, ante todo, un esfuerzo, un deber y un riesgo, y sólo felicidad a título de consecuencia”. Ahora bien: aquí se pervierte completamente este orden y el derecho a la felicidad se coloca en primer término, a quien todo se debe supeditar. Pero un individualismo audaz se ríe de sus propias desastrosas consecuencias, aunque todo el edificio moral quede por tierra gracias a la obra insidiosa de sus principios disolventes. Nada podemos hacer sino oponer la moral tradicional y demostrar su solidez en todos los grados que abarca. Así lo haremos en el transcurso de este estudio.
Pero no son las solas preocupaciones relativas a la felicidad individual las que tienen los adalides del Birth-Control; sino que pretenden también asegurar a la sociedad y a la raza entera un tranquilo bienestar. Por tanto, “el médico que cuenta entre sus clientes gentes pobres e ignorantes tiene una doble obligación para con sus enfermos y para con toda la nación, cual es la de inculcarles los métodos preventivos”.
Este mismo argumento se repite y desenvuelve hasta la saciedad por los partidarios del Birth-Control. Así Mr. Colmes escribe las siguientes palabras en el libro titulado The trend of the race: “estamos a pique de perder varios elementos de población que alcanzaron éxito en el campo de las finanzas, en el social e intelectual. Por regla general, estas clases no se reproducen. Y esta situación es perjudicial en algunos países de Europa como lo es en América. Ella constituye una seria amenaza para nuestra civilización, y tanto más cuanto más se generaliza sin llamar la atención. Los elementos deficientes de la población son los que actualmente manifiestan más crecida fecundidad” S. Colmes, The trend of the race, Londres 1921.
Analizando el contenido de semejantes declaraciones de manera que queden bien definidas sus ideas fundamentales, pudieran agruparse éstas en unas pocas proposiciones sucintas, en las que se contiene el resumen y quintaesencia de la doctrina del Birth-Control:
La limitación voluntaria de los nacimientos es necesaria para salvaguardar la salud, dignidad y vida de la mujer, seriamente comprometida por repetidos embarazos que no se desearon: con ello decrecerán las enfermedades y la elevada mortalidad infantil debidas ala existencia de familias numerosas. Esto podríamos titularlo argumento médico.

“Las familias numerosas y la pobreza son inseparables. Solo el Birth-Control puede luchar con eficacia contra la miseria de las clases trabajadoras: reduciendo su natalidad, aumentará su bienestar y les otorgará aquella parte de felicidad a que tienen perfecto derecho” Manifiesto de la American Birth-Control Laegue.
“Cada hijo que nace tendrá que aplicarse un día al trabajo. Si tú no llegas a sufrir las consecuencias de esta concurrencia, será porque, antes que él haya llegado a la edad adulta, habrás muerto; pero tus hijos y los que te sucedan en tus menesteres sufrirán en tu lugar”
“La próxima vez que te diga tu patrono que diez hombres aspiran a ocupar tu empleo, acuérdate que estos diez son hijos de compañeros tuyos que tienen más de los que el mercado puede ocupar”.

Ya que las clases menos interesantes de la población y de la sociedad se multiplican tan rápidamente, mientras que las más superiores lo hacen con extrema lentitud, se impone la restricción de la natalidad para restablecer el equilibrio, asegurar el porvenir de la raza y desgravar a la sociedad de la multitud de indeseables que sobre ella pesan. Argumento eugenésico, o eugenesia.
Las familias numerosas se alían frecuentemente con la pobreza. Sólo el Birth-Control puede luchar eficazmente contra la miseria de las clases trabajadoras. Reduciendo su natalidad, aumentará su bienestar y les otorgará aquella parte de felicidad a la que tiene perfecto derecho. Argumento económico.
El Birth-Control tiende a acrecentar el bienestar del individuo y de la sociedad; él corrobora los lazos conyugales y disminuye los divorcios y abortos; él rehabilita la salud y dignidad de la mujer; él, en fin, sirve eficazmente a los primordiales intereses de la sociedad y de la raza: lógicamente puede concluirse de aquí que el Birth-Control es moral y recomendable. Este es el argumento moral.

Estas cuatro proposiciones forman los diversos núcleos en torno de los que se han reunido y ordenado gradualmente las más diversas producciones de propaganda de la tal doctrina: son el fundamento, el credo de esta nueva fe.

“Pensad en este sencillo ejemplo y os haréis cabal idea de lo que ocurre en los cerebros a la moderna. Figuraos que tenemos diez niños a quienes hay que proveer de sombrero y que no tenéis más que ocho sombreros disponibles. Un espíritu sereno y que obrase a derechas no consideraría un imposible hacer dos más, dirigirse al que los fabrica y persuadirle que hiciera los necesarios, protestar contra la injustificada tardanza en la entrega, castigar a quien los prometió y no cumple lo prometido. Pero el espíritu moderno propondría, que, cortando la cabeza a dos niños, no tendría ya necesidad de sombrero y habría bastantes con los que teníamos ya. Si se les sugiere que las cabezas son de más valor que los sombreros, os dirán que esas sutilezas son pura metafísica y que la pretensión de que el sombrero esté hecho para la cabeza y no la cabeza para el sombrero es un dogma que ya pasó a la historia. El texto, recubierto ya del polvo de los archivos, que reza que el cuerpo es más digno que el vestido que lo cubre; el perjuicio secular que prefiere la vida de los niños al acomodo sistemático de los sombreros; todo ello es despreciado, cuando no ignorado. El espíritu moderno tiene una lógica implacable: al verdugo toca remediar las faltas del sombrerero. Poco importa a la lógica de las cosas que se trate de casas o de sombreros: uno es el error fundamental: comenzamos por mal cabo porque nunca nos hemos tomado el trabajo de investigar por dónde convendría comenzar” Chesterton. Revista America, 29 oct. 1921

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