5. La conferencia de Lamberh de 1930

El brusco cambio de las iglesias protestantes se inició en 1930 cuando la Conferencia de Lambeth de los obispos anglicanos aceptó la utilización de medios artificiales de contracepción para situaciones excepcionales. Fue la obra de una minoría activa, entre ellos, el Muy Reverendo William R.Inge, miembro influyente de la Sociedad de Eugenesia inglesa, portavoz de la iglesia anglicana en Londres, admirador desde 1920 de Margaret Sanger de quien había leído “Woman and The New Race” La mayoría de las denominaciones “liberales” surgieron rápidamente, con la ayuda de los dólares y de los lobistas de Margaret Sanger. Un notable trabajo de subversión.

LA CONFERENCIA DE LAMBETH DE 1930 Y LA RESTRICCIÓN DE LA NATALIDAD.

Desde el año 1867, en que fueron inauguradas, vienen celebrándose conferencias de los obispos anglicanos en el palacio de Lambeth, residencia londinense del Arzobispo de Canterbury. En principio se celebran cada diez años, con un programa señalado y determinado de antemano.
Se proponen cinco o seis cuestiones, las de más actualidad, que se presentan en sesión plenaria, y que después son estudiadas singularmente cada una de ellas por una Comisión durante unos quince días. La Comisión redacta las Resoluciones y un Rapport, siendo todo discutido nuevamente en sesión plenaria y sometida a votación artículo por artículo. Las resoluciones son las que manifiestan el sentir de la Conferencia, que se hace responsable de ellas, mientras que de los rapports, aunque también se imprimen con el asentimiento de la Conferencia, asumen la responsabilidad únicamente las Comisiones que los han redactado.
Seis cuestiones comprendía el programa de la Conferencia del 1930: “Doctrina cristiana acerca de Dios”; “Vida y testimonio de la sociedad cristiana”; “Unidad de la Iglesia”; “Comunión anglicana”; “El ministerio de la Iglesia”; “La juventud y su vocación”.
El segundo punto del programa, “Vida y testimonio de la sociedad cristiana”, fue subdividido en tres secciones, en las que se planteaban tres de los más graves problemas de la moral pública moderna, a saber: “Matrimonio y vida sexual”; “Race”; “Paz y guerra”, y en torno de esos temas se suscitaron violentas conmociones y discusiones dentro de la asamblea, siendo las resoluciones relativas a las mismas las más enconadamente comentadas por el pueblo y por los doctos.
Y sobre todo lo que más preocupó a la Conferencia de Lambeth del pasado año fue la gravísima cuestión del Birth Control y de las prácticas anticonceptivas.
Y es que en Inglaterra ha sido oficialmente tolerada, a partir de la Gran Guerra, la propaganda de la restricción de la natalidad; es que hasta en los sitios y locales públicos se pueden contemplar anuncios y reclamos con indicación de clínicas, hospitales y oficinas de consulta, donde puede el lector ser iniciado y orientado en la materia; es que la restricción del número de hijos ha sido defendida en Inglaterra como el remedio quizá más eficaz del paro y de la crisis obrera, problema social acaso el más grave de aquel país (“chomage”); es que las estadísticas de estos últimos años prueban bien claramente que la natalidad inglesa es hoy una de las más débiles de Europa.
Y en medio de tal ambiente teórico y práctico no podían menos de inquietarse los espíritus cristianos, preocupados de cuál sería su deber.
Ya la Conferencia de 1908, cuando el problema no tenía la gravedad actual, había anunciado el peligro, y en la Resolución 42 declaraba ilícitos todos los medios enderezados a impedir los nacimientos, reclamando la prohibición de todos los productos farmacéuticos especiales, de todos los anuncios y reclamos corruptores.
Y como en los tiempos actuales los estragos del Birth-Control han sido y son enormes, los obispos anglicanos y muy especialmente el Dr. Woods, obispo de Winchester, que presidió la Comisión respectiva, se creyeron obligados a levantar su voz para orientar a los creyentes anglicanos.
En la Resolución 13 se proclamó el carácter natural, y por tanto, querido por Dios, del instinto sexual y del valor moral de las relaciones conyugales; en la 14 se proclamó asimismo la gloria de la fecundidad, el gozo que aporta a las familias, su importancia nacional, su efecto saludable sobre el carácter de los padres y de los hijos; en la 16 a 19, se condenó enérgicamente el aborto y todas las formas del vicio y del amor ilegítimo; pero en la Resolución 15, la más famosa y discutida, se afirmaba lo siguiente:
“Cuando se vea claramente la obligación moral de limitar o de evitar la paternidad, el método a seguir debe decidirse según los principios cristianos. El primer método y el más obvio es el abstenerse completamente de las relaciones conyugales todo el tiempo que sea necesario, llevando una vida de disciplina y de dominio de sí mismo, con la ayuda y gracia del Espíritu Santo. Hay casos, sin embargo, en que se encuentran a la vez la obligación moral, claramente percibida, de limitar o de evitar la paternidad, y sólidas razones de orden moral para no adoptar una abstención completa. En estos casos la Conferencia reconoce (agrees) que pueden ser empleados otros métodos, siempre que se proceda a la luz de los mismo principios cristianos. La Conferencia condena enérgicamente el empleo de cualquier método por motivos de egoísmo, de sensualidad o de simples conveniencias personales”.
Tal es la 15 resolución de la Asamblea de Lambeth, aprobada por 193 votos con 67 en contra y unas 40 abstenciones.
Si queremos ahondar en el sentido y en los móviles de la tan discutida Resolución, leamos, siquiera, estas palabras del Rapport:
“Es necesario reconocer que hay en la Iglesia anglicana una fortísima tradición, según la cual el uso de métodos preventivos no es lícito en ningún caso al cristiano. Nosotros reconocemos el valor de este testimonio, pero no podemos aceptar tal tradición como absoluta y definitiva. Se debe hacer constar que ella no está fundada sobre ninguna instrucción contenida en el Nuevo Testamento. No se apoya sobre la autoridad de ningún Concilio Ecuménico. Además, es significativo que la Comunión cristiana que en principio condena más severamente todos los métodos preventivos (alude a la Iglesia Católica Romana), reconoce, sin embargo, en la práctica que hay ocasiones en que es imposible atenerse rígidamente al principio. Si nuestra Comunión debe darnos a nosotros una dirección sobre este problema, debe hacerlo hablando franca y claramente, teniendo plenamente en cuenta hechos y condiciones que no existían en el pasado, pero que no son consecuencia de la civilización moderna”.
Bien a las claras aparece una alusión insidiosa a la Iglesia Católica, de la que nos ocuparemos más adelante.
Por lo demás, hay que reconocer el valor de los obispos anglicanos, abordando con toda franqueza uno de los más graves y difíciles problemas de la moral contemporánea.
Reconozcamos también la elevación con que hablan en gran parte de los deberes de los esposos cristianos, afirmando la posibilidad de la continencia aún dentro del matrimonio, negando que el Birth-Control pueda ser el remedio de los males sociales y económicos de la sociedad moderna y haciendo de la limitación de la natalidad un problema moral y de conciencia.
Pero es menester hacer notar que los Prelados anglicanos de la Conferencia de Lambeth, tal vez por desconocimiento de los principio fundamentales de la verdadera y sana Teología Moral, o quizá por no poseer, como poseen los católicos, la práctica pastoral que se aprende dirigiendo conciencias en la Confesión, han admitido dos postulados inadmisibles e injustificables.
Y en efecto, según ellos, es lícita la permisión directa y expresa de un mal menor (el Birth Control) para evitar un mal mayor a juicio suyo (la excesiva natalidad), teoría que no puede nunca ser admitida en sana moral, según la cual el mal nunca debe intentarse de modo expreso y directo.
Además un fin secundario, como lo es aquí el remedium concupiscentiae, no puede justificar en ningún caso un acto puesto en tales condiciones que se evite positiva y directamente el fin primario, cual es en nuestro caso la procreación; esta teoría, inadmisible en sana moral, es la contenida en el Rapport.
“Tener hijos –se dice en aquél- es el fin primero de las relaciones conyugales. Los esposos cometen una falta cuando rehúsan tener hijos, pudiendo educarlos, para hacerlos siervos de Dios y para contribuir a la prosperidad de la nación. Pero en el sacramento del matrimonio, tal como lo ha establecido la naturaleza misma, las relaciones conyugales tienen además un fin secundario. Cuando, por una razón moralmente seria, debe ser excluido el fin primario, no se sigue necesariamente que deba ser igualmente excluido el fin secundario, siempre que se sepa moderar los arrebatos de los sentidos y siempre que los esposos hayan lealmente examinado su conciencia sobre la materia”.
Es verdad que los Prelados anglicanos no adoptaron de buen grado la susodicha Resolución 15, cuya trascendencia no se les podía ocultar.
Muchos propusieron la sustitución de las palabras “La Conferencia reconoce” por estas otras, “La Conferencia no condena”, aunque sin éxito por la vivísima oposición del presidente de la Comisión Dr. Woods, consiguiendo únicamente la inserción del resultado del escrutinio a continuación del documento.
Hubo obispos norteamericanos que quisieron explicar su voto en la sesión; y al no serles permitido, como señal de protesta, no asistieron a la solemne sesión de clausura, llegando el Dr. Matthews, obispo de Nueva Jersey, a separarse públicamente de la decisión de la Conferencia mediante una nota dirigida al “American Church Monthly”.
La Conferencia, que había durado cinco semanas, terminó con un servicio solemne en Westminster el sábado 9 de agosto de 1930, y el 14 de agosto, víspera del día en que debían aparecer en los periódicos los documentos aprobados, el Dr. W. J. Carey, obispo de Bloensfontein, en el África del Sur, mandó la siguiente nota al Church Times para que la insertase en sus columnas: “Cuando publiquéis el dictamen de Lambeth, deseo declarar, para aliviar mi espíritu, que contiene aserciones que, en conciencia y con energía, rehusó suscribir”.
A su vez el obispo de Exter, Lor William Cecil, comunicaba a sus diocesanos que había resistido hasta el fin con todas sus fuerzas y decía: “Yo sigo creyendo que la resolución será mal interpretada. Los obispos han entreabierto la puerta, el egoísmo la forzará y la abrirá completamente”.

“La tradición cristiana, desde los tiempos apostólicos hasta la presente conferencia, había sostenido sin interrupción que ninguna práctica anticonceptiva era admisible para un cristiano. Una vez más la consideración de los casos extremos ha venido a traer una ley mala. Una vez más el amor del compromiso ha hecho sacrificar la pureza de la verdad”.

Y el mismo Church Times del 5 de septiembre de 1930, el obispo de Londres publicaba una carta abierta adhiriéndose a la protesta del Dr. Carey.
A todo esto, en la mayor parte de los periódicos y revistas de Inglaterra se discutía y se comentaba en tonos distintos y aún contradictorios la famosa Resolución.
Un pastor de almas aldeano afirmaba que la tolerancia otorgada al egoísmo era una afrenta para la vida de sacrificio de clérigos, de laicos y de maestros de escuela, que por abnegación habían renunciado al matrimonio; y se dio el caso emocionante de un seminarista, ya entrado en años, que declaraba con gran tristeza y pesar que ante tamaña abdicación de los obispos y ante tan gran derrumbamiento de su ideal, renunciaba a su alistamiento en el Clero, después de muchos años de estudios y de sacrificios pecuniarios.
De todo lo cual se deduce, bien a las claras por cierto, que la Iglesia anglicana, al votar la 15 resolución de la Conferencia de Lambeth de 1930, he perdido sin duda aquel respeto y aquella confianza que siempre concede la Humanidad a quien, al pedirle sacrificios, sabe dignificarla y elevarla sobre su misma debilidad.

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